9 de junio de 2015

Sin querer queriendo.

Decía que amaba las tormentas, cuando ni ella misma se daba de cuenta de que tormenta era ella, enamorada de cada uno de los rayos que inundaban sus labios. Cuentan por ahí, que cada vez que sol y tormenta se besaban, era la colisión más bella que nadie podría haber visto en siglos, hasta el propio amor tenía envidia de ellos, de ver tanto sentimiento en un suspiro, de tantas noches soñándose sin preocupaciones y de tantas miradas queriendo gritarse un te quiero a cualquier momento.
Su mayor deseo era poder despertarse una mañana cualquiera y ver su cara a milímetros de la suya.
Que los desayunos fueran mejor acompañados de sus manos y los cigarros de después no se hicieran tan solitarios si los compartían juntos.
Que todo me suena a ti, los truenos a mitad de una sonrisa y las canciones en medio de un abrazo que acaban por hacerlo eterno.
Que las tormentas son rápidas pero dejan restos, yo para ti quiero ser eterna, será difícil pero nunca imposible, que los imposibles son improbables ahogándose hasta las cejas de utopías.
Y dicen que después de la tormenta llega la calma, y yo quiero que seas la calma que inunde esta tormenta que es mi cabeza.
Llegaste sin avisar, sin poder prevenirte como las tormentas y me mojaste, me mojaste de pies a cabeza sin ni siquiera darme tiempo a abrir el paraguas y así, bajo la que estaba cayendo, me besaste sin querer queriendo.
Hazme retemblar el subsuelo de este triste corazón con tus estruendos y haz de estos días grises un poco más soleados.
Hiciste de estas ruinas las más perfectas y admirables que sólo tu sabrías reconstruir.
Llegaste a mi tormenta siendo calma.

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